Sindicatos en Argentina o Los Abuelos de la Nada


Por Mauricio Runno

Si el peronismo nació como representación legítima de un sector que adquirió una nueva dinámica en la vida de Argentina, de la mano de lo que se conoció como el "pueblo trabajador", posiblemente una de sus mayores crisis hoy en día se relacione con la verdadera crisis de la organización del trabajo, sus cuestionadas representaciones a la hora de discutir lo importante y las mutaciones de lo que podría considerarse la "clase trabajadora".

Muy pocos en el peronismo reparan, desde lo conceptual y hasta en lo práctico, en las nuevas modalidades y fuerzas del trabajo, frente a un siglo XXI que ha desacomodado paradigmas. 

Muchos dentro de esta corriente política han preferido lo más simple y de corto plazo: el beneficio propio, autosalvarse, pasar rápido frente a los espejos y, en caso que fuese necesario, utilizar columnas de trabajadores para garantizar el status quo, la perpetuidad en un mundo que cambia cada 15 minutos. 

Muchos peronistas de hoy no habrían sido parte de modo alguno de los inicios de este movimiento histórico: millonarios, terratenientes, empresarios, corruptos, prebendarios. Lejos de los ideales del ascenso y la movilidad social.

La realidad suele ser mejor remedio que cualquier otro tratamiento para enfrentar un panorama latente, intenso y profundo, como lo es la creciente automatización laboral, gracias a los cambios propuestos por las tecnologías en uso y en desarrollo.

Una mirada al lugar de trabajo moderno dice más que cualquier discurso de barricada. Y allí se observa todo lo que necesita saberse sobre la forma en que la Inteligencia Artificial ha cambiado la forma en que trabajamos cada día.

Reconocemos que la tecnología ha hecho maravillas para hacer los trabajos más fáciles, pero también ha planteado algunas preguntas serias acerca de la seguridad de "nuestros" trabajos.

Según un informe de PricewaterhouseCoopers la robótica moderna podría quitar hasta el 38 % de los empleos en Estados Unidos. Y nada más que en la próxima década. ¿Cuánto podría tardar en suceder algo similar en países periféricos y atrasados como Argentina? ¿Creerán los sindicalistas peronistas o marxistas que este proceso puede ser frenado por piquetes o por ideas de un tiempo pasado o remoto?

La amenaza de la automatización no distingue entre trabajadores sindicalizados o no, obreros de empresas tradicionales o multinacionales. Incluso más: las posiciones más vulnerables son las correspondientes al sector de servicios financieros, de los que podría suponerse que menos simpatía ofrecen ante los ensueños místicos delirantes de las cúpulas sindicales patrias.

Alguien tan especializado como un radiólogo podría encontrar la pérdida de su trabajo frente a una computadora que lee y escanea mejor que cualquier humano una placa. Los avances en Inteligencia Artificial han buceado en el aprendizaje profundo, por lo que la IA es ahora capaz de realizar tareas cognitivas rutinarias. Es un mundo que se impone a otro mundo y una carrera que puede disgustar a más de uno, pero de la que no puede no involucrarse. 

Los sindicalistas argentinos parecieran tener formularios impresos en blanco y negro para preguntarle a sus representados si están de acuerdo con este esquema. Como si al esquema le fuera a importar la opinión resultante. No sólo de los obreros clásicos, sino del resto de la fuerza productiva. Y ya no de este país, sino de eso que es el mundo global.

Los ataques de importancia por parte del sindicalismo suelen presentarse tan a destiempo como las películas de cine mudo.

El citado informe de PricewaterhouseCoopers destaca que el 36 % de los trabajadores piensan que la automatización está por robar sus empleos, pero eso está lejos de ser su única preocupación, ya que otro 27 % teme que dañará sus relaciones con sus colegas, mientras que el 23 % asume que los obligará a "reformular habilidades" para proseguir en el mismo trabajo o conseguir uno nuevo.

Steve Pollema supervisa la división de Servicios de Tecnología al Cliente de TeleTech. Es una voz autorizada en el análisis de esta transición del mundo laboral, que despide la Revolución Industrial y la deja como una postal.



El especialista cree que "tal vez el futuro no es tan sombrío. En el pasado, la automatización ha aumentado la demanda de trabajadores humanos", afirma.

Y remite a lo sucedido con los cajeros automáticos. "Parecían ser el primer clavo en el ataúd de los cajeros de los bancos y algunos ciertamente se encontraron sin trabajo: el promedio de cajeros humanos pasó de 20 a 13, entre 1988 y 2004. Pero este número es engañoso. Con menos cajeros en el personal, el costo de funcionamiento de una sucursal se redujo, lo que significa que los bancos pudieron abrir más sucursales para satisfacer la demanda de los clientes. Durante ese mismo período, el número de sucursales aumentó en un 43 %, lo que dio lugar a más contrataciones".

Insiste en un concepto inevitable: "La automatización es una inversión en la fuerza de trabajo y no un intento de reemplazarla. La robótica moderna liberará a los empleados del trabajo  que no necesariamente disfrutan y mejoraran las relaciones con los clientes".

Y como si viviera en la Argentina agrietada, Steve Pollema acaba de escribir que frente a la automatización, el "el me encanta o lo odio no lleva a ninguna parte". Y que es mejor ayudar a "eliminar las barreras y crear una cultura donde todos ganen".

¿Qué tanto mejor sería algunas de estas ideas en un sindicalismo contemporáneo, responsable, defendiendo el trabajo y a sus actores, más allá del ombligo?

Reclamarles estas actitudes y preocupaciones a los gremialistas del progreso mejoraría el nivel de los tan polémicos como obsoletos "gordos" enquistados, no solamente en sus poltronas, sino en un pasado del cual escuchamos "crack", casi todos los últimos días de los últimos años.



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